El lipedema es una enfermedad inflamatoria crónica del tejido adiposo. Aunque se manifiesta externamente por la acumulación de grasa en determinadas zonas del cuerpo, internamente existe una respuesta inflamatoria constante que contribuye al dolor, la hinchazón y la progresión del trastorno. Esta inflamación de bajo grado afecta no solo a los tejidos afectados, sino también al estado general del organismo.
La inflamación en el lipedema se produce por la liberación de citoquinas proinflamatorias desde los adipocitos enfermos. Estas sustancias provocan daño en los vasos linfáticos, aumentan la retención de líquidos y activan el sistema inmunológico de forma constante. El resultado es un tejido adiposo doloroso, sensible al tacto, con tendencia a los hematomas y resistencia a la pérdida de peso.
Reducir la inflamación es uno de los objetivos centrales del tratamiento del lipedema. Para ello, se combinan distintas intervenciones. La dieta antiinflamatoria es una de las más efectivas, ya que disminuye la producción de citoquinas dañinas. Esta dieta se basa en el consumo de alimentos ricos en omega-3 (como el salmón, las semillas de chía y la linaza), antioxidantes (como los frutos rojos y verduras de hoja verde) y fibra. Además, se debe evitar el azúcar, las harinas refinadas y los alimentos ultraprocesados.
El ejercicio físico suave también ayuda a reducir la inflamación al mejorar la circulación y promover la eliminación de desechos celulares. Las terapias físicas, como el drenaje linfático y la presoterapia, colaboran en el mismo sentido. Además, el control del estrés es clave, ya que el cortisol elevado actúa como proinflamatorio.
Complementar estos enfoques con acompañamiento médico y psicológico permite una gestión más efectiva de la inflamación y mejora la calidad de vida de quienes viven con lipedema. Tratar la inflamación es tratar la raíz activa de la enfermedad.